Hola:
Un pensamiento me ronda, llevo la tentación a cuestas de comenzar a buscarte en otros seres. Tonta de mí que no te reconozco dentro, con cada aliento. Vas penetrándome de a poco, suavemente, sin que pueda darme cuenta que realmente eres mi dueño.
Su esposo se ha suicidado, ha dejado un vacío enorme, tantas cosas sueltas, difíciles de hilvanar. Es una madeja con demasiadas puntas, imposibles de ordenar. Quizá sea eso lo que siempre quiso, el vivir con muchos hombres diferentes para experimentar vidas distintas en una misma. Y, mira, SE HIZO EL MILAGRO. Llegó el Sandokan, romántico y violento, espiritual y negociante, astuto y noble, león y rata; un hombre. Un hombre que dejó su sudor pegado en el colchón, su grasa en las paredes, sus cartas sobre cajas de cartón arrancadas de improviso, y unas mariposas medio muertas en el patio.No hay reemplazo, no lo quiere. Ahora decide caminar en libertad, y que el viento la despoje del recuerdo. Después será alguien especial, enviado por el Cielo, para empujar juntos el carro de la vida.
La vida va pasando por mi pensamiento, retorno a lugares ya manidos y me canso, me harto de seguir siendo la misma muchacha que juega a la ronda, y da vueltas sin parar. Siento angustia en mi pecho, deseo volar, subir alto como Juan Salvador Gaviota; mas el tampoco entendía mucho en algún momento, y miraba hacia abajo, a sus compañeras atascadas en la misma rueda.
Quiero limpiarme de tanto polvo acumulado, se metió en los rincones, abonó las telarañas, y acogió vampiros.
La tarea es ardua, las escobas no me alcanzan para llegar a lo profundo, pido a las hadas que me asistan con sus varitas mágicas para desprender la mugre escondida, para después mirarla, derramar sobre ellas alguna lágrima que rompa el conjuro sobre mi persona; buscar en el recuerdo alguna música que me catapulte a otro estado de conciencia, y alcanzar la otra vuelta de espiral.Y entonces, al fin, dejar de lado esta necesidad de otro, esa ilusión persuasiva de la soledad.
Hoy he dejado ir una parte importante de la historia, de todo el lastre que me dejaste, anclado en las esquinas, colgajos desagradables que no dejaban penetrar el sol de verano.
Siento que comienzo a respirar de forma diferente, y que las alas se orean dejando ir el olor a humedad.
Me continuaré preparando para nuestro encuentro futuro, en que ambos podamos reírnos de todo lo sucedido, y el amor fluya sin rencores ni resentimientos.